Una muchacha muy bella by Julián López

Una muchacha muy bella by Julián López

autor:Julián López
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789877120127
editor: Eterna Cadencia
publicado: 2013-12-02T00:00:00+00:00


Hasta que mi madre y yo no le dijimos que podía pasar, Elvira no metió las puntas de sus chinelas en el piso de nuestro departamento. Cuando cerré la puerta, la vecina soltó algunos comentarios acerca de la limpieza general de una casa. Supongo que asumió que mi madre estaba en eso porque la vio en la escalerita junto a la pila de libros en el suelo. En un momento dijo: Bueno, no…, quería decirles una cosa. No, que como ustedes también están solitos, ¿vieron? No… que yo pensaba que como viene Navidad podíamos pasar la Nochebuena juntos, con Ñatita y mi hermana, que viene desde Santo Tomé. Pero el Santo Tomé de Corrientes, no el de Santa Fe que no lo conoce nadie. No… bueno… yo le pedí que trajera mamón, que acá no hay. Y seguro que trae raspadura y cascarilla, y hace mucho me prometió un casalito de teros para el patio. Y yo pensaba que cada uno hiciera algo rico, yo puedo hacer albondigón, que se puede ingerir tanto frío como caliente, o vitel toné, que son unas milanesitas con mayonesa y pickles, y ensalada de frutas con moscato, que queda divina para acompañar la sopa inglesa.

Mi madre y yo nos miramos y nos sorprendimos sonriendo, yo no entendía la mitad de las cosas que Elvira había enumerado, y la imagen de una señora como ella que viniera desde Corrientes me generaba tanto entusiasmo como aprensión.

–¿Cómo se llama tu hermana? –le curioseé.

–Desiré –salió de su boca como un gran ramo de gladiolos enlazado con muchas vueltas de una cinta de plástico que simulaba el raso y terminaba en un enorme moño.

A mí se me plantó en la imaginación una señora alta, regordeta, vestida íntegramente de rosa y que se acercaba por un camino de tierra, cargando chismosas con aves atolondradas y monos carayá que salían a robarle las frutas del sombrero y volvían a la bolsa a cagar a pellizcones a los teros, y era todo plumetí, todo crochet.

La sonrisa fue suficiente para que mi madre dijera que sí, que nos parecía bárbaro, que a ella no le gusta mucho la Navidad pero que la Nochebuena era para pasarla con la gente que uno quiere y que cómo iba a hacer para tener a los teros y que no se le escaparan.

–Ah, no, pero hay que cortarles las alitas para que no se vayan –soltó Elvira, para arrasar con la intriga que me generaba eso de la raspadura, el casalito y la cascarilla.

–Que no traiga pajaritos, mejor –le sugerí, imaginando aves con cicatrices moradas a los costados, quietas sobre una pata en la baldosa fría, el pico contra la pared del patio con macetones enormes y plantas grises, y leonadas, y carnosas.

A mí el plan me parecía estupendo, hacía mucho que sabía que Papá Noel y la Navidad eran la mentira más escandalosa de Occidente, pero que vinieran Elvira y su hermana con Ñatita era la excusa que necesitaba para que mi madre accediera a festejar y para recibir algún regalo.



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